jueves

"NOCHES DE SERRANÍA", de Alfonso Calle


NOCHES DE SERRANÍA
Alfonso Calle García
ISBN: 978-84-612-3917-7
Depósito Legal: M-23977-2008

PROLOGO
Siempre fui un aprendiz de menesteres y siempre predispuesto a liquidarlos o al menos paliarlos, siempre lo fui hasta aquel día en que tomé conciencia de que eran demasiados y de que el auténtico menesteroso era yo. Menester: Falta o carencia de algo. Menesteroso: Que tiene faltas o carencias.

Por lo que sea, y además prefiero no analizarlo, las carencias de mi tierra, mi pueblo, mis gentes, me las apropio, las considero mías y las sufro en la medida de capacidad que Dios me dio, que, posiblemente, no es ni mucha ni poca pero es la que tengo, mía.

En el transcurso de mi vida me he ido deteniendo para observar los efectos del paso del tiempo, o mejor de los tiempos, porque no es siempre el mismo, y he comprendido lo que es envejecer. Observé cómo los años, a algunos hombres y cosas les aportan miserias y a otros dignidad, los primeros envejecen, los segundos además ennoblecen; y he querido entender que la dignidad la otorga el reconocimiento ajeno a la lucha propia contra tus menesteres.

Dicho esto, la presente obra trata fundamentalmente de aportar un grano de arena a esa lucha contra lo que he perdido, y no busquéis en ello ni afán de venganza ni resignación, que vengarse del tiempo es necia empresa y la resignación aceptar la derrota. No la acepto, pues sé que contra el tiempo y contra casi todo nos quedan el trabajo, la memoria y la palabra. ¡Esas tres son las armas!

Palabras y memoria de mis tierras y mis gentes. Será pues esta obra algo así como un testamento que mi pueblo, Carrascosa de la Sierra (Cuenca), me ha dictado al oído. Esa Carrascosa que llegué a conocer y que intuí cuando de niño escuchaba a los míos. Aquella Carrascosa de los años 50 que era casi igual que la del siglo de antes. Desde pequeño me fui empapando con el acervo cultural derramado en historias junto a la chimenea en las noches de invierno. Mientras los "trasnocheos", los mayores hablaban de ganados, de zorras y lobos, de costumbres, de fiestas y celebraciones, de muertes y bautizos, de hambres resueltos, de fríos superados, de inquietudes y preocupaciones, con sus palabras viejas de un castellano antiguo y nuestro, vigoroso y nuestro, precioso y preciso y nuestro, palabras viejas que urdían sus raíces por entre los caminos de La Mesta, esos caminos, cañadas, cordeles y veredas de esparteña y albarca, auténticas arterias de transmisión cultural entre las diversas tierras de mi España apaleada.

Pues bien: Todo se está perdiendo. El afán desmedido y a veces irracional del ser humano por la comodidad, nos ha empujado de lleno a la industrialización, la prefabricación, la estandarización, la producción desorbitada de energías de todas clases y todo ello se anda consiguiendo a base de transformar, con intereses oscuros, el medio natural al que estamos sustituyendo por uno artificial, realidades virtuales que no son sino sucedáneos de las realidades "reales" para consumir a la carta, tumbado en un sofá, tomándote un "gin-tonic" y picando unas "chips". Todo ello cada vez más lejos de aquel mundo que llegué a conocer y me gustaba.

Por eso estoy perdiendo. En mi pueblo, nuestras costumbres, nuestro lenguaje, eran frutos en gran medida de la naturaleza, de esa simbiosis entre la tierra y sus hijos después de ochocientos años de convivencia, de adaptación y de amor mutuo, sí, de amor mutuo, porque yo estoy seguro de que también la tierra, nuestra tierra, nos quiere a nosotros, se recrea con nosotros que sabemos mejor que nadie lo que necesita, quiero creer que de forma parecida a cómo la amada se recrea con el amante.

En nuestro lenguaje están casi siempre presentes las hoces y sus ríos, las piedras y las aguas, los montes y las plantas, el ganado y la siembra, la garrota y el hacha, nuestros muertos, la iglesia, el hambre y la matanza, y entre medias de todos aún, todavía, se siguen nutriendo nuestras raíces.

Las raíces se ocultan bajo la tierra y viven en un mundo de gusanos y lombrices lo mismo que los muertos, para morir mucho después que el árbol que alimentan. Tras su muerte se queda la memoria, un material podrido que rezuma humedad y huele a moho, o polvoriento mezclado con la arcilla o la greda, víctima de parásitos. Incluso pasados siglos, o millones de años, en las rocas calizas, en las tobas, queda el hueco, agujero redondo que fue lecho y tumba, ahora catafalco, memoria arqueológica del lugar que llenaron. Quizás por eso pensamos en raíces al hablar de lo nuestro, de lo antiguo. Buscando referencias miramos hacia atrás y nos marchamos, primero hasta la cuna, más allá a las raíces.

Buscando yo en las mías me he de pinchar un dedo para mirar la sangre, y luego bucear entre herencias genéticas, cadenas de adeenes. Cogeré cromosomas, uno a uno, para ver, comprobar que, en esa gota roja pura y simple, anidan las memorias de lo mío, y constatar, cómo del genotipo que he heredado, y de la tierra que conforma el paisaje, nace mi fenotipo. Una vez hecho esto, casi seguro, encontraré satisfecho que todo tiene alguna explicación y vive ahí, entre el rojo viscoso. Yo soy pues, de la sangre y de la tierra, tú también, sí, también tú, todos lo somos.

Tengo en el alma nieve de hace siglos, llevo impresa en el rostro esa montaña que ha hecho La Serranía, me salen viento y fuego por los ojos, mis lágrimas son agua de la Fuentezuela, y el olmo viejo de la plaza, el olmo, desgracia que me sigue, ya muerto (a pocos lloraré tanto como te lloro)... no obstante, aunque podrido y roto, sigue estando en mi pecho como en la carta el sello.

Tú también eres del paisaje y de la sangre, Carrascosa, y en tu caso, también todo tiene explicación, verás cómo la tiene, yo te la voy a dar, que sé tu historia.

En el año 1.151, Don Manrique de Lara, hombre principal del Rey Alfonso VII, al que salvó la vida en el sitio de Atienza, es nombrado por el Monarca, Señor del Señorío de behetría de Molina, y en el 1.154 concedió Fuero a sus pueblos y gentes. En él se establecen los límites, que por el Sur llegaban hasta Ademuz, a Cabrihuel (río Cabriel), a la laguna de Bernaldet (¿laguna del Marquesado?), a Walmut (Huélamo), a Los Casares de García Ramírez, a los Almallones y a Tagoenz.

Todos los lugares están identificados menos uno, Los Casares de García Ramírez; incluso dibujado está el contomo de todo el Señorío de aquel tiempo. Pues bien: Dentro del término municipal de Carrascosa, a unos seis kilómetros al Oeste, se encuentran los restos de un pueblo al que siempre se ha denominado Los Casares; se ha perdido la memoria histórica del García Ramírez, pero es bien cierto que el apellido García es uno de los cuatro más abundantes del pueblo, y no sé si esto significa algo. Su ubicación coincide con el dibujo del contorno, está en línea con Huélamo y el actual Armallones (los Almallones) lugar de salinas para los árabes, desde donde busca el Tajo el puente de Tagüenza (Tagoenz).

Es la única noticia que existe de esta población. Apenas unas décadas después (a principio del 1.200), aparece el primer escrito que hace referencia al "lugar": Carrascosa. Surge, pues el pueblo, como consecuencia de la repoblación de la Serranía, traspasada definitivamente al alfoz de Cuenca por Alfonso VIII después de conquistar la ciudad en 1.177. Parece lógico pensar que se efectuara un traslado de los últimos pobladores de Los Casares de García Ramírez para fundar la actual Carrascosa. Has nacido, por tanto, allá en el siglo XIII. Ya sabemos tu cuna.

Nunca el pueblo, a lo largo de estos siglos, ha figurado como donación, legado o herencia a ninguna persona principal, de la nobleza u orden militar o religiosa. Ha sido por tanto siempre, tierra de realengo y tan solo hemos conocido a cuatro reyes hasta los hechos que se narran aquí, los "carolos" el tercero y el cuarto que se entregó al francés, Fernando VII y su hija Isabel, la segunda, que a la primera, a la Católica, la queremos en la misma medida que la respetamos y le hemos puesto el nombre de la principal calle...

En 1.786, Carlos III exime a Carrascosa de la jurisdicción de Cuenca mediante el pago de 17.162 maravedíes y se convierte en "villa", la "muy noble y leal". Hasta entonces se denominó al pueblo "El Lugar", puesto que si bien dependía, como cualquier aldea, de otra población (Cuenca), aldeas, en la Serranía, se les llamaba a las pertenecientes a Beteta, como Santa María del Val, El Tobar, Valsalobre, Lagunaseca, Valtablao, La Cueva del Hierro y Masegosa, o a la misma Santa Cristina, aldea a su vez de Carrascosa, la antigua Huerta Vellida romana. Nombre éste genérico, común, como lo es coscojar, fresneda o encinares, pues que eso de "Vellido" se le aplicaba en tiempos a aquel color rojizo o pelirrojo, como lo era el "Vellido Dolfos" de nefasto recuerdo que mató a Sancho II, y no es sino el mimbre quien pone sangre roja en mitad de la vega para hacernos "vellida" a nuestra huerta.

Y entonces fue "villa", quizás a pesar suyo, que siempre "lugareño" fue entrañable, pero no así "villano", ya que "villa" es latino, nos lo trajo el romano, el invasor, mientras "lugar", aunque venga de "locus", quien sabe si debió hacerlo de "lux" o de Lug, el Dios de Irlanda, el Dios celta o celtíbero, y así sería un dios nuestro en el que no creemos, pero a pesar de todo símbolo de la luz, del sol y de lo heroico y que, tal vez mora ahí, agazapado tras el Alto la Cabeza o durmiendo tras las Fuentes del Tajo.

Y si la sombra es hija de la luz, no es este libro más que luces y sombras, hijas unas de otras, de la vida de un pueblo de pastores del siglo XIX, extremos contrapuestos que se explican los unos en los otros, los otros en los unos, porque si no, no hay vida o no hay explicación al no existir verdad. Cantos y lamentos, torrentes y remansos, amores, desamores, crueldades y generosidades, y entre ese mar de todo, la lucha cotidiana por la subsistencia, con y contra una tierra tan generosa en la belleza de forma y de textura como exigente en el esfuerzo para sacarle fruto. Tras siglos de trabajos, hoy apenas se le nota la tarea del hombre porque se la ha apropiado. De toda esa huella se habla aquí, porque esa tierra nuestra, viva e implacable, se lo ha tragado todo o casi todo, y de esa digestión se va quedando solo la teja rota y el madero viejo, el resto del camino, la muesca en la piedra, el hueso quebradizo y la memoria terca de algunos de nosotros.
Alfonso Calle Garcia
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Pag. 106: "...La cena era más generosa que de costumbre. Cuando el Padre Albino comenzó los rezos bendiciendo la mesa, todos en pie, con la cabeza baja y los hombres con la gorra a la espalda colgando de la mano, contestaron a coro el "Padre Nuestro".

Olía a leña ardiendo, a paja y a sudor salado. De cuando en cuando, al rancio del aceite del candil, a somarro de cabra y sobre todo a cena recién hecha. Sobre las trévedes, con el rabo sujeto por la horquilla, una sartén de migas con torreznos y unos racimos de uvas moravias de Morillejo. Seis platos hondos, blancos, con algunos portillos, y uno nuevo con flores de porcelana de Talavera, que la abuela cogió de lugar principal en los poyales del vasar para el prior. También sacó las cucharas de buje nuevas que compró al tío Simón de Cañizares. El padre prior bendijo la cena. Ojos y oídos de todos, incluso de Don Albino, quedaron pendientes de que alguien osara dar comienzo. Al final fue el abuelo el que resistió menos y empezó a comer. ..."

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