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"El ángel rojo"

El ángel rojo
La historia de Melchor Rodríguez
el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano

Alfonso Domingo





Ficha
- Título:  «El ángel rojo: la historia de Melchor Rodríguez».
- Autor: Alfonso Domingo.

- Sinopsis:  El libro es una biografía novelada de la vida del responsable de Prisiones de la Segunda República Española, un anarquista convencido que se enfrentó a sus propios correligionarios por su empeño en acabar con las sacas de las cárceles republicanas y los «paseos».





A él se atribuye también la famosa máxima: 
"Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas".
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Melchor Rodríguez es el revulsivo que hace renacer la confianza. Si hay alguien que pueda hacer frente a la situación, ese hombre está allí. Melchor, cazadora marrón oscura, frente despejada, peinado hacia atrás, se abre paso a codazos entre los músculos del odio. Pone en ello toda su energía. Habilidad no le falta. Se ha fajado durante años en las luchas sindicales de Madrid. Sólo que ahora es afán de detener, de sobreponerse a esta cólera justificada por el bombardeo que moviliza los bajos instintos, algo con lo que jamás estará de acuerdo. La revolución no se hará con sangre, sino con corazón. Según va avanzando entre la gente, se percata de los uniformes: los milicianos, menos de un centenar, que perpetraron la matanza en la cárcel de Guadalajara dos días antes, llevaban una gorra de visera con una estrella roja y un pañuelo al cuello del mismo color. Son miembros de las milicias comunistas, de la división del «Campesino». Melchor alcanza el despacho donde resiste Fernández Moreno. Comprueba que muchos funcionarios han abandonado los pabellones.
–¡Que nadie abandone sus puestos! ¡Los presos, encerrados en la galería, y los funcionarios en sus sitios, prestos a defenderse!
–¡Los que protegen a los fascistas son tan fascistas como ellos! –se escapan voces de la multitud que invade el recinto.
–¡Esto no puede hacerse! ¡Si son criminales, lo resolverán los tribunales!
La muchedumbre brama, ruge. Surge la voz de una madre:
–¡Yo he recogido en la calle a un hijo casi muerto!
–¡Yo llevé a mi madre herida al hospital! –grita otra.
Melchor utiliza su tono ardiente y vibrante, dicción andaluza que suaviza el deje castizo de Lavapiés:
–¡Yo sé cómo os sentís! ¡Cómo no voy a saberlo, si veo con mis ojos y sufro los bombardeos de Madrid, si he visto cómo esos criminales acaban con gente inocente! Al llegar aquí he visto sacar muertos y heridos de los escombros de las casas… ¿Pero es que acaso estos presos de la cárcel son responsables de los bombardeos? ¿Es que ellos son los que han soltado las bombas? Si son cómplices o responsables de la rebelión militar, lo decidirán los tribunales populares, pero mientras tanto no son más que presos, personas como todos nosotros. No tenemos ningún derecho a matarlos. ¡No podemos manchar con sangre la República! ¡Los fusiles, al frente, para matar fascistas, no para asesinar a los presos!
«¡A ti el primero!»
Algunos de los asaltantes parecen haber acusado el efecto de las palabras de Melchor o sólo se desorientan al enfrentar a ese hombre solo, gallardo y decidido.
–¡A ti el primero, que eres un fascista! –replica una voz.
Pero Melchor no se amilana:
–¡Yo soy un obrero como vosotros, un chapista! ¡Un camarada anarquista al que le han hecho responsable de los presos de Madrid! ¡He estado preso 30 veces a lo largo de mis 43 años de vida! ¡He conocido tan bien la cárcel como para saber cómo se encuentran los que están ahí dentro, sean o no culpables!  ¡Los tribunales decidirán sobre su suerte, aplicando la ley! ¡No podemos caer en el salvajismo, aunque nos duelan las atrocidades del enemigo! (...)
Se encara con un miliciano, el más cercano, a sus pies, subido en una caja, que ha metido una bala en la recámara del máuser, echado el cerrojo y le apunta a la cara.
–¡Apunta, si tienes agallas! ¡Tira si te atreves, cabrón! Apunta y dispara al pecho de este proletario harto de sufrir la represión inhumana del poder. (...) ¿Tú quieres matar fascistas, no es verdad? ¿No queréis todos matar fascistas? ¡Pues entonces id al frente, que está muy cerca! ¡Yo voy con vosotros! ¿Ah, eso no os agrada? ¡Pues aquí no entráis mientras me quede un soplo de vida! Vamos a ver si sois tan valientes. Si os empeñáis en entrar y lográis matarme a mí, sabed que no os vais a encontrar con presos indefensos. He dado orden de armarlos. Así tendrán alguna oportunidad.
El desconcierto cunde entre los asaltantes, que se preguntan si aquel hombre ha podido atreverse a dar aquella orden. Melchor lo que en verdad ha dicho a Batista es que, si es arrollado, que la escolta dispare tiros al aire y que proteja a los funcionarios. (...)
El comandante Coca, desaire contra desgarbo, discute con los asaltantes. Acaba abandonando la prisión, y los milicianos le siguen. Los demás no quieren cargar con la responsabilidad y van apartándose poco a poco. Quedan algunos paisanos y mujeres rumiando invectivas, pero sin los milicianos, van desfilando hacia sus casas, desapareciendo del escenario. Son casi las ocho cuando dejan de oírse los gritos y renace la paz

Quién fue Melchor Rodríguez García "El ángel rojo":
Extraida esta información de varias webs.

Melchor Rodríguez García (Sevilla, 30 de mayo de 1893 – Madrid, 14 de febrero de 1972), también conocido como El Ángel Rojo, fue un sindicalista y anarquista español, concejal, delegado de prisiones y brevemente alcalde de Madrid, durante la Guerra Civil de España.
Melchor quedó huérfano de padre siendo aun un niño, al morir aquel en un accidente en los muelles del Guadalquivir. Su madre, costurera y cigarrera, tuvo que ocuparse sola, a partir de entonces, de sacar adelante a Melchor y a sus dos hermanos.
Melchor Rodríguez estudió en la escuela del asilo hasta la edad de trece años. A partir de entonces, acuciada su familia por una pobreza extrema, comenzó a trabajar como calderero en un taller de Sevilla. Ya en su adolescencia intentó labrarse camino en el mundo del toreo y abandonó su casa para recorrer diversas ferias y capeas con mejor o peor suerte. “El Cossío” (la enciclopedia taurina por antonomasia) contiene una referencia a Melchor Rodríguez, citado como único diestro que combinó el toreo con la política. Melchor toreó en Sanlúcar de Barrameda en 1913, y posteriormente en plazas cada vez más importantes hasta llegar a la de Madrid. Allí sufrió una grave cogida en Agosto de 1918, retirándose en 1920 tras algunas corridas en Viso, Salamanca y Sevilla.
Finalizada su aventura taurina Melchor se trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista hacia 1921. Pronto se sintió atraído por los movimientos de lucha obrera de la capital, y se afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de su fundación (carné nº 3). Poco después fue nombrado presidente del Sindicato de Carroceros, de corte anarquista, y pasó a militar en las filas de la CNT. Allí comenzó su lucha en favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la prisión en innumerables ocasiones durante la monarquía y la República.
Al estallar la Guerra Civil Española de 1936, las organizaciones anarquistas cooperaron con el gobierno. El 10 de noviembre, Melchor Rodríguez fue nombrado delegado especial de prisiones de Madrid. Desde este puesto intentó detener las sacas de presos de las cárceles de Madrid (traslados de grupos de reclusos que eran posteriormente fusilados en Paracuellos de Jarama y otros lugares cercanos a la capital), aunque ante distintas presiones e interferencias para que éstas prosiguiesen dimitió el día 14. Retomó su puesto el día 4 de diciembre tras las protestas del Cuerpo Diplomático y del presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez. Sin embargo esta vez lo hizo con poderes plenipotenciarios como Delegado General de Prisiones, otorgados por el entonces ministro de Justicia del Gobierno republicano, el anarquista García Oliver. Solo entonces consiguó Melchor Rodríguez detener las matanzas de Paracuellos y la situación de terror de las cárceles, al precio de enfrentarse con algunos dirigentes comunistas que pretendían seguir con ello, y con gran riesgo de su vida en varias ocasiones según testimonios de numerosos testigos presenciales.
Tuvo pues la responsabilidad no sólo de vigilar los regímenes y prevenir las fugas, sino también de evitar las agresiones y linchamientos de presos que algunas milicias y grupos armados efectuaron. En estos años, en varias provincias, se dieron varios casos de sacas y asesinatos de presos sospechosos de colaborar con el bando nacionalista, muchos de ellos sin haber sido juzgados. Las principales causas fueron:
Una de las primeras medidas tomadas por Melchor Rodríguez como delegado de prisiones fue la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida sin su autorización personal la salida de presos de las cárceles entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los paseos nocturnos de prisioneros.
Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el Ejército franquista bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares (8 de Diciembre de 1936). Una concentración de protesta, en la que participaban milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá, entrando los cabecillas hasta el despacho del director, donde exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos. Rodríguez acudió a la prisión y se enfrentó a la turba, dando incluso la orden de proporcionar armas a los reclusos en caso de que los asaltantes persistiesen en su empeño.
En esta y otras intervenciones similares (p.e. en la Carcel Modelo de Madrid) consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, que habían sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó in extremis la vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio del humanitarismo de Rodríguez García (p.e. los militares Agustín Muñoz Grandes y Valentín Gallarza, Serrano Súñer -que luego formaría parte de los gobiernos de Franco-, el Dr. Mariano Gómez Ulla, los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora y los falangistas Rafael Sánchez Mazas, y Raimundo Fernández-Cuesta, entre otros).
En otra ocasión, Melchor Rodríguez denunció que José Cazorla, consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid mantenía cárceles privadas ilegales, al parecer controladas por miembros del Partido Comunista. Rodríguez fue también nombrado concejal de Madrid, representando a la Federación Anarquista Ibérica. Segismundo Casado lo nombró alcalde de Madrid en los últimos días de la guerra, siendo él el encargado de traspasar los poderes a los franquistas cuando se rindió Madrid, el 28 de marzo de 1939.
Todas estas acciones, verdaderamente dignas del espíritu anarquista de los ideales que preconizaba, le valió ser conocido por las gentes de la derecha como "El Ángel Rojo". A él se atribuye también la famosa máxima: "Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas". Un poema que MELCHOR RODRIGUEZ GARCIA, escribió, ya que era muy aficionado a la poesía así lo recoge:

Anarquía significa
Belleza, amor, poesía
Igualdad, fraternidad,
Sentimiento, libertad
Cultura, arte, armonía
La razón, suprema guía
La ciencia, excelsa verdad
Vida, nobleza, bondad
Satisfacción, alegría
Todo es anarquía
Y anarquia, humanidad
Se puede morir por las ideas,
Pero no matar por ellas. 

Al acabar la guerra civil Melchor Rodríguez fue detenido, juzgado y condenado a la pena de seis años y un día de prisión por sus actividades anarquistas y su actuación en la administración republicana. Contó con testimonios favorables de personalidades de la derecha, particularmente el general Muñoz Grandes, que recordaron cómo había defendido la vida de sus rivales políticos, y fue puesto en libertad al cabo de un año y medio. Durante el franquismo, continuó con el activismo y propaganda de los ideales ácratas, participando activamente en la CNT clandestina.

A su muerte en 1972 acudieron al sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas entre otros. Se cantó el himno anarquista "A las barricadas", transcurriendo la ceremonia, pese al hecho y a la época, sin ningún incidente.

Actualmente, en la madrileña localidad de Alcalá de Henares, la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias (Ministerio del Interior) inauguró, el día 7 de julio de 2009, un Centro de Inserción Social con su nombre en honor a su persona y como reconocimiento a su labor en favor de la inserción y resocialización de los internos.

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