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CASTILLA LA NUEVA
CUENCA

CAPITULO I
Descripción general de la Provincia


PARTIENDO de levante y norte las empinadas sierras, cuyo espinazo ó tronco traza el límite divisorio entre Aragón y Castilla, forman de la provincia de Cuenca un extenso declive que, bajando hacia poniente y mediodía, viene á perderse en las rasas llanuras de la Mancha. De su vértice más alto, hacia las cumbres de Tragacete, descienden caudalosos y nombrados ríos: y mientras el Tajo siguiendo la vertiente opuesta lleva sus nacientes aguas al señorío de Molina, el Guadiela en dirección al oeste enfila los angostos valles de Priego, y el Júcar y el Cabriel, casi paralelos en su curso, recorren de norte á sur la longitud de la provincia, torciendo en seguida al este para regar unidos el reino valenciano. Variada y á menudo risueña es la situación de los pequeños lugares plantados en la cúspide de las lomas ó en el fondo de las cañadas; pero la aspereza del territorio en gran parte yermo, excluyendo de su seno la abundancia, la hace también estéril en recuerdos ilustres y en grandiosos monumentos. La segur ha abierto brecha en sus bosques seculares de robles y encinas, como el soplo corruptor del siglo en las costumbres puras é inocentes de sus laboriosos habitantes; y sin embargo aún guardan allí cierta feliz analogía los hombres y la naturaleza: suaves aromas se exhalan aún de aquellas vírgenes espesuras, preciosos jaspes encubre la rudeza de aquellos peñascos.
Conociólos la antigüedad con el nombre de montes de Idúbeda, y abarcábalos la región meridional de la belicosa Celtiberia, donde á pesar del áspero suelo florecían bajo el dominio de los romanos tres ciudades distinguidas, y en la iglesia de la España goda tres nobles sillas episcopales. Ergávica y Segóbriga han apurado sin fruto el ingenio más que el saber de los anticuarios para fijar su primitivo asiento, y sus memorias han ido vagando de ruina en ruina como en busca de domicilio (1): únicamente Valeria, trocando apenas de nombre, pero sí de condición, subsiste á cinco leguas y al mediodía de Cuenca, confundídas en un mismo polvo las gentílicas tumbas de sus patricios y venerable cátedra de sus prelados (2). Sobre un cortado peñón, ceñido de fosos naturales, al sur de la humilde villa, reconócense las calles del ilustre municipio; pero unos vestigios de termas ó baños públicos es cuanto resta en pié de sus construcciones. También á orillas del Guadiela, en el cerro de Peñaescrita, jun­to á Priego, y seis leguas más abajo en el despoblado de Santaver, aparecen indicios de población romana, sin que haya podido aún determinarse su correspondencia á una de tantas que toda­vía quedan por localizar (3). Desde los primeros años de la dominación agarena vemos hundirse las celtíberas capitales, y levantarse en su lugar fuertes y pequeñas villas al rededor de un castillo; Conca, Alarcón, Uclis, Webde, Santiberia y Zorita. Ya en 784 dio Alarcón, que se interpreta atalaya, seguro é ignorado asilo á Muhamad el Fehri, hijo del postrer gobernador Yusuf, prófugo y derrotado por el jefe de la dinastía de los Omeyas, el grande Abderramán. Á fines del siglo IX, el rebelde Aben Hafsún estableció en aque­llas breñas el baluarte de su usurpado imperio, de donde fué á gran costa desalojado. En la desmembración de reinos que si­guió á la extinción de los califas cordobeses, el señorío de las sierras orientales pasó sucesivamente por alianzas ó por conquis­ta al de Valencia, al de Toledo, al de Sevilla, quien lo cedió como dote de su hija Zaida á Alfonso VI, y lo recobró luego con el apoyo de los almorávides. Las portentosas hazañas del Cid campeador, que al través de los montes se abrió camino hasta Valencia, las de Alvar Fáñez, su digno sucesor, las veleidosas ligas de los ambiciosos jeques con los cristianos para combatir á los almorávides ó entre sí propios, pusieron repetidas veces al estandarte de la cruz en posesión de aquellas enriscadas fortale­zas; pero no se clavó definitivamente en sus murallas, sino despues que hubo sucumbido Cuenca en 1177 ante los esfuerzos combinados de Castilla y Aragón. Rindióse Alarcón en 1184 tras de nueve meses de sitio, escalada por el arrojo de Fernán Martínez de Ceballos, que hincando dos puñales en el muro, subió el primero hasta la torre del homenaje, tomando desde entonces por apellido el nombre de la villa (4); cayó dos años después Iniesta, que nada tiene de común con la Etelesta carpetana; el fuerte castillo de Zafra y su señor así llamado, dieron alta prez y gloria con su vencimiento á D. Pedro de Lara, segundo conde de Molina. La tradición realzó con fabulosos pro­digios esta hazaña, como es de ver en el epitafio que de dicho caballero se leía en el famoso monasterio de Huerta, y que co­piamos entero por sus curiosas indicaciones: «Aquí yace el conde D. Pedro Manrique, que nos dio la torre de Zafra que es en término de Alarcón, y nos dio la presa y molinos y batan y la casa con la heredad y con su capilla de Santiago, que está ribera de Júcar cerca de Albadalejo del Cuende que es cerca de Cuenca; y este valeroso conde mató al moro Zafra, que era un moro muy descomunal, que tenia de ojo á ojo un palmo y otras figuras muy fuertes, que no habia home que con él pelease que no le matase; y el dicho señor conde encomendóse á la Virgen Sta. María de Huerta, y ofreció el su cuerpo, y prometió la dicha torre si él matase á Zafra, y dicha capilla de Santiago con toda su heredad y término; y ayudándole Dios nuestro señor y la Virgen María, el buen conde mató á Zafra y dio la torre á este monesterio, la cual dicen hoy la Torre del Monge, que es tér­mino de Alarcón cerca de Villar del Sauce, y la presa con los molinos y la casa con su término y con su capilla de Santiago: pasó desta vida el año de 1223» (5) Pobláronse de cristianos los lugares, lanzóse al enemigo de sus innaccesibles guaridas, trocáronse en anchos caminos los densos bosques y matorrales: Alarcón, hecha cabeza de la comarca, fué confiada á la custodia de los caballeros de Santiago, recién establecidos en Uclés; y al volver en 1197 los victoriosos almohades de su asoladora incur­sión por Castilla, hallando ya defendidas las nuevas poblaciones, hubieron de contentarse con devastar los campos.
Arrollados los sarracenos del suelo meridional de la provin­cia allende los confines de Murcia, mantuviéronse todavía por algún tiempo al abrigo de las sierras de levante sobre la fronte­ra valenciana. Moya, destruida por los azares de la guerra, fué repoblada en 1209 de orden del monarca por Pedro Fernández, señor de Castril de Vela, y por el alcalde Pedro Vidas: la toma de Cañete, su vecina, debió ser contemporánea. En la fragosa extremidad del sudeste quedaban aún por someter Requena, cu­yas cercanías, en 11 de Agosto de 1184, habían visto á Armengol, conde de Urgel, perecer en una emboscada con la flor de sus caballeros, y cuya fortaleza esquivó atacar Alfonso VIII, al llevar en 1211 por las riberas del Júcar hasta el Mediterráneo sus armas victoriosas. Acometió la empresa ocho años más tar­de el insigne arzobispo D. Rodrigo, y levantando una cruzada de doscientos mil hombres, tomó tres castillos de la serranía y puso sitio á Requena: mas hubo de levantarlo al cabo de mes y medio, dejando dos mil cadáveres al pié de los aportillados muros; y perseguida la desbandada hueste por el enemigo, aban­donó en Cañavate los cautivos y la presa (6). Sin embargo, no tardó Requena en abatir su cerviz indómita, pues en 1223, los concejos de Cuenca, Alarcón y Moya invadieron ya los lindes del reino valenciano, del cual era llave aquel castillo, y Zeit-Abu-Zeit, su monarca, llegó hasta Moya en 1225 para besar la mano de Fernando III y constituirse su vasallo. Cuéntase que el san­to rey dio más adelante al convertido valí la torre de Zafra, encomienda de la orden de Santiago, antes que el de Aragón le otorgara ricos heredamientos en sus dominios como indemniza­ción de la perdida corona (7). 
Aunque varios historiadores afirman que Abuzeit prestó en Cuenca su homenaje á San Fernando, parece que no pasó de Moya según la cláusula de una escritura del mismo rey que se halla en el bulario de la orden de Santiago: eo videlicet anno (1225) quo Zeit Abuzeit rex Valentue, accedens ad me apud Moyam, devenit vasallus meus, eí osculatus est manus meas. 
Daba la ley en aquel país la poderosa familia de los Laras, cuya pujanza coincidió con la época de su sometimiento, y cuya rama primogénita obtenía el cercano señorío de Molina. Dueño de las fortalezas de Alarcón y Cañete, el conde Alvaro imponía sujeción á los pueblos y temor á sus contrarios, reinando á nom­bre del joven Enrique I; pero hubo de restituirlas á la corona luego que entró á reinar San Fernando, á trueque de conseguir su libertad. Rescatóla igualmente su deudo Gonzalo Pérez, se­ñor de Molina, sitiado por el mismo rey en el castillo de Zafra con la renuncia de sus estados y exclusión de sus hijos varones;, y el poder real se afirmó sin competencia en toda la serranía. Alfonso el Sabio hizo extensivo á Alarcón y Moya el libre fuero de Cuenca; y proponíase en 1273 concertar una expedición con­tra los moros con su anciano suegro Jaime el Conquistador, cuando una grave enfermedad disipó en Requena sus belicosos proyectos. La vecindad empero de Aragón fué muy pronto fu­nesta al sosiego de la comarca durante los apuros de Sancho el Bravo, quien prometió al aragonés la cesión de Requena en 1 281 con tal de apartarle de la causa de los infantes de la Cerda. Emigrado á aquel reino D. Juan Núñez de Lara, renovando las pretensiones de sus abuelos, invadió repetidas veces con estrago las tierras de Castilla, desbarató las tropas reales tomándo­les los pendones, apoderóse de Cañete y Moya; mas todo se lo quitó una paz insegura y llena de asechanzas. Á su hijo fué de­vuelta Moya por Fernando IV, que arrepentido luego vinculó la posesión de ella á la real primogenitura; Alarcón fué dada por el mismo tiempo al infante D. Juan Manuel, é incorporada en el marquesado de Villena; de Cuenca hizo donación el rey D. Pe­dro á su tía Da Leonor, que residiendo en la frontera, no apar­taba los ojos de Aragón, donde había sido reina y donde sus hijos la vengaban de su entenado. La donación no tuvo efecto por entonces; pero fallecido D. Pedro, Requena y Cañete se entregaron al rey de Aragón por traición de sus alcaides, y cos­tó una guerra á Enrique II su recobro. 

Á pesar de la importancia fronteriza del país, que reservaba naturalmente su posesión exclusiva á la corona, formáronse en su término vastos y poderosos señoríos. Hacia el norte y raya­no de la Alcarria se extiende un territorio poblado de cuantiosas villas, que dado por San Fernando á su hijo D. Manuel, empe­zó á llamarse del Infantado; y transmitido sucesivamente á Dª Mayor Guillen, dama de Alfonso X, á Dª Beatriz, reina de Portugal su hija, y á su nieta Dª Blanca, abadesa de las Huel­gas, volvió otra vez por compra á D. Juan Manuel, hijo del primer poseedor. Por casamiento de Dª Constanza, biznieta de éste, pasó el señorío á la familia de Albornoz, cuya última he­redera Dª María lo llevó en dote al famoso D. Enrique de Villena, que divorciado luego de su esposa por ambición del maes­trazgo de Calatrava, lo perdió todo á la vez cogido en sus propias redes. Entretenido por el monarca con la esperanza de recobrar el marquesado de Villena, é incapaz de dominar la viva resis­tencia de Alarcón y demás pueblos á reconocerle por señor, hubo de reducirse el sabio nigromante á la villa de Iniesta, os­curo teatro de sus doctas tareas y misteriosas vigilias, perdidas también para su gloria. De los Albornoces heredaron el Infan­tado los Lunas, y de éstos los Pachecos por enlace con la nieta de D. Alvaro; pero Enrique IV hizo gracia de él en 1470 á Diego Hurtado de Mendoza en premio de los servicios presta­dos á su mujer y á su hija, dando á Pacheco en compensación la villa de Requena con los derechos de su frontera. De la misma noble estirpe de Mendoza y de igual nombre y apellido fueron los fundadores de otros dos vecinos estados; el uno á quien con­cedió el propio monarca en 1465 la contigua villa de Priego con título de condado, el otro que en 1440 compró por doce mil flo­rines de oro el señorío de Cañete á D. Juan Martínez de Luna, á cuya familia lo otorgara Enrique III. También Moya en 1475 fué por los Reyes Católicos erigida en marquesado á favor de Andrés de Cabrera, á quien sobraran, á falta de méritos pro­pios, los de su insigne esposa Beatriz de Bobadilla para obtener el primer lugar en la gratitud de sus soberanos. Alarcón y las otras villas meridionales quedaron por D. Diego Pacheco, mar­qués de Villena, sosegada la proterva lucha que en su término sostuvo con los capitanes reales D. Pedro Ruiz y D. Jorge Man­rique, entre cuyos estériles horrores sólo descuella la generosa porfía de dos hermanos y el sublime sacrificio de una vida ofre­cida y aceptada por la otra. Entre los prisioneros cogidos por Juan Berrio, capitán del marqués, hallábanse dos hermanos na­turales de Villanueva de la Jara, llamados Martín y Juan Sainz de Talaya; y como al primero, que era casado, le hubiese toca­do la suerte de ser degollado con otros cinco por represalias, ofrecióse su hermano soltero á sufrir por él la muerte, pues no dejaba en pos de sí esposa é hijos. Hubo tiernas reconvenciones entre los dos y porfías generosas; mas triunfó por fin el mance­bo, y aceptó el capitán el cruel sacrificio (8). 
Sobre las villas del Infantado no descuella ningún castillo suntuoso que recuerde su feudal historia. Apenas hay vestigios del de Alcocer ganado por el Cid con una falsa huida en 1074 tras de largo sitio, y defendido en el seno de la morisma como punto avanzado para la conquista de Valencia, desde el cual en­vió al monarca en prenda de su lealtad cincuenta caballos con ricos jaeces y otros tantos alfanjes tomados á los sarracenos. Igual suerte ha cabido al de Salmerón, origen de la discordia suscitada en 1432 entre el señor de Cañete y D. Alvaro de Luna, que obligó al primero á renunciar la parte que del casti­llo y pueblo le pertenecía. Escamilla no ofrece sino un torreón cuadrado y un viejo edificio, de mezquina apariencia para man­sión señorial; en cambio ostenta sobre su parroquia de góticos resabios una pretenciosa torre, pesada mole de piedra construi­da á principios del último siglo y decorada con el nombre de Giralda por el templete y estatua en que termina. Alcocer con­serva su real convento de franciscas fundado en vida de Santa Clara por Alfonso el Sabio; Valdeolivas su parroquia bizantina desfigurada por los reparos, y en su cuadrada torre cuatro ór­denes de ventanas semicirculares (9). La naturaleza del territo­rio corresponde al tipo de la limítrofe Alcarria, quebrada, ba­rrancosa, cubiertos sus montes de jaras y carrascales, amenos y fértiles sus valles regados por el profundo Guadiela.

NOTAS:
(1) Las indicaciones históricas y geográficas que de Ergávica y Segóbriga se hallan en Tito Livio, Plinio y Tolomeo, á pesar de inauditos esfuerzos, no han po­dido ser todavía satisfactoriamente conciliadas. La reducción de Segóbriga, cabe­za ó principio de la Celtiberia, a la moderna Segorbe, situada en la Edetania, fué impugnada vigorosamente por Morales y Zurita, á pesar de la semejanza del nom­bre y de los monumentos romanos que allí abundan; Flórez, Masdeu y otros auto­res modernos insisten no obstante en sostenerla. Mayor oscuridad todavía existe con respecto á la situación de Ergávica, ciudad noble y poderosa, según Livio, que Morales coloca en Santaver ó en el cerro de Peña-escrita sobre la línea del Guadiela, conformándose á uno ú otro parecer la mayor parte de escritores. Sin embargo, al mediodía de Uclés, en el despoblado de Cabeza de Griego, aparecen vestigios de una grandiosa ciudad romana, y el hallazgo de dos sepulcros de obis­pos no permite dudar que fuese cabeza de diócesis, en cuyo caso no puede ser otra que Segóbriga ó Ergávica: una vez admitida la opinión que reduce á Segorbe la primera, aquellas ruinas no pueden menos de pertenecer á la segunda.
(2) Entre los obispos Valerienses no son conocidos sino los que asistieron á los concilios de Toledo, á saber: Juan en 589, Magnencio en 610, Eusebio de 633 á 637, Tagoncio de 638 á 654, Esteban en 655, Gaudencio de 675 á 693. El pa­dre Flórez publica hasta veinticinco inscripciones sepulcrales copiadas diligente­mente por el P. Burriel, y en una de ellas se menciona la república Valónense: el nombre de la ciudad indica que debió su fundación ó su ensanche á los romanos después de sometida la Península. De sus ruinas han nacido dos poblaciones con el nombre de Valera, la de arriba al norte inmediata á la antigua, la otra una legua más abajo, ambas pertenecientes al señorío de los Alarcones.
(3) Las reducciones de Caisada á Hita, de Mediolum á Molina ó Moya, de Istonium á Cañavate, de Libana á Villar del Maestre, de Urcesa á Requena ó Utiel, de Centóbriga á Brihuega,son muy dudosas y fundadas en débiles conjeturas; y aun estas faltan con respecto á Bursada, Laxta y Alaba que, según la graduación de Tolomeo, pertenecían á la misma región. En las historias árabes figura la fortaleza de Santiberia correspondiente á Santaver, nombre de origen evidentemente cris­tiano y anterior á la invasión sarracena.
(4) La importancia de esta toma de Alarcón por Alfonso VIII, la encarece en estos términos el arzobispo D. Rodrigo : Ccepit Alarconem in rupibus sempiternis, et firmavii seras defensionis; atdeis multis dotavit illut, ut abundaret in eo incola fîdei; constitua fortes in muniminc, ut esset Arabibus via necis; deserta apte replevit gentibus, et in via tutatus est habitxtores ; alcarias rupium domuit populis, et duritiam siticis convertit in vias. (Lib. VII, c. 27.) 
(5) La fecha está equivocada, ó bien se confunde á éste con otro personaje, pues D. Pedro el segundo, conde de Molina, murió en 1202. Zafra es corrupción de la voz árabe Saphar. 
(6) Esta expedición, de poco grato recuerdo para su caudillo, pues ni siquiera la apunta en su historia, refiércnla del siguiente modo los Anales Toledanos pri­meros : «El arzobispo D. Rodrigo de Toledo fizo cruzada e ayuntó entre peones e caballeros mas de ducentas veces mil, e entró á tierra de moros de part de Aragón dia de Sant Mathcus evangelista, c prisó tres casticllos, Sierra e Serresuela e Mira; después cercó á Requena dia de Sant Miguel, e lidiáronla con almajanequis e con algarradas c con de libra, c derrivaron torres e azitaras, e non la pudieron pren­der, e murieron hi mas de dos mil cristianos, e tornáronse el dia de Sant Martin, era MCCLV1I (1219 de C.).» En las historias árabes se lee «que entrando cargados de despojos los cristianos en tierra de Valencia, después de haber talado los carapos de Almanza y Rekina, salieron contra ellos los fronteros y les dieron batalla en Canabat, y los rompieron y destrozaron quitándoles toda la presa y cautivos y haciendo en ellos cruel matanza.» 
(7) Sobre los milagros de la famosa cruz de Caravaca que prepararon la con­versión del valí destronado, y sobre su bautismo en Cuenca por el arcipreste Cines Pérez Chirino, pueden ver singulares cosas en la historia de aquella ciudad por Mártir Rizo los que no se contenten con las relaciones más fidedignas de Zurita y Mariana. Según Rizo, murió Abuzeit en 1270 en Zafra, dejando su nombre á una torre llamada por corrupción del aceite, y fué sepultado en Santiago de Ucles. 
(8)Sucedió este hecho lastimoso, que largamente refiere Hernando del Pul­gar, en 1479 y en el castillo de Garci Muñoz, término de San Clemente. 
(9)En la sacristía de esta parroquia vimos el retrato de un buen prelado na­tural del mismo pueblo, cuyo recuerdo va gratamente unido al de nuestra edad primera, D. Antonio Pérez de Hirias, obispo que fué de Mallorca de 1826 á 1842.


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